Por primera vez un ex conscripto de un campo de concentración que ni figura en el “Nunca Más” cuenta que vio a Bussi torturando a dos prisioneros a golpes con una manguera convertida en garrote, hasta matarlos. En medio de la descomposición política del bussismo actual, Domingo Antonio Jerez se anima a hablar con Página/12. Dice que, 23 años después, las escenas que presenció en Caspinchango no lo dejan dormir. |
Por Eduardo Rosenzvaig Desde Tucumán Un campo de exterminio que ni figura en el Nunca Más. Era pequeño, escondido al borde de la selva. Su particularidad es que de Caspinchango nadie salía con vida. Los que entraban lo hacían para ser torturados hasta morir, supieran o no supieran algo. Para los represores era como un entretenimiento de la Guerra contrainsurgente, tal vez un premio por estar tan lejos, tan perdidos, tan en el final del mundo. Allí Antonio Domingo Bussi, entonces gobernador militar de Tucumán, torturaba personalmente, como lo cuenta por primera vez el ex conscripto Domingo Antonio Jerez. El lugar. Caspinchango era un punto en el departamento de Monteros, Tucumán, al norte del ex ingenio Santa Lucía (también antiguo campo de concentración). En 1884, al pie de la montaña, al pie de la selva, se fundaba allí un ingenio. Ahora está cerrado. No alcanzaron a llegar los rieles del ferrocarril y no pudo más. Pasó a colonia cañera del ingenio Santa Lucía, y después ese ingenio también cerró. Durante la era Videla, las tierras eran de la desaparecida Compañía Nougués Hermanos. Luego las compraría el grupo Macri, para citrus. En lo que había sido el galpón de la vieja fábrica funcionó el campo de concentración. El chofer. El conscripto era del lugar. Sabía conducir y entendía de mecánica. Manejaba camiones y unimogs. Disciplinado y silencioso. Lo enviaban a todas partes en vehículo. Así fue como empezó cargando gente y llevándola a los distintos campos de prisioneros, como Caspinchango, Santa Lucía, Nueva Baviera, la Escuelita de Famaillá. Ellos confiaban en su silencio campesino. Soldado del ‘76 al ‘77, estuvo 16 meses de conductor. Nació en 1955, se llama Domingo Antonio Jerez, vive en Aguilares, Tucumán, y es taxista. Se decidió a hablar porque hace años que no puede dormir, dice. Veintidós años que no puede. La rutina. Por las noches en Caspinchango el chofer tomaba mate y esperaba. Los oficiales y suboficiales cenaban con whisky o vino, pero generalmente whisky. Jugaban a los naipesy se ponían “un poquito en curda”, cuenta Jerez. Después entraban al galpón, mirando a los detenidos que aguardaban con los ojos vendados. El chofer los había traído en camión. Cuando llegaban los secuestrados, les daban sopa salada. Era la última comida y la última bebida hasta que por fin morían. Los más fuertes aguantaban algunos días. Los más débiles algunas horas. Empezaba la rutina así, con cena y naipes. Después, oficiales y suboficiales echaban agua con un tarro a los maniatados. Seguía la corriente eléctrica. A los cables, dice Jerez, “los preparaban ellos especialmente”. De la corriente se continuaba por las uñas. “Les metían agujas bajo las uñas y a veces las arrancaban, pillaban una tenaza así y arrancaban. Pegaban un salto en el piso, se desmayaban. Los dejaban un rato, se componían un poco y volvían a torturar”. El chofer dice que hacia el final de la noche llegaban “las minas” a los cuartos de los ejecutores. ¿Después de las torturas entraban las mujeres? Sí, después. La tortura funcionaba como una droga. La dosis nocturna los calmaba. Antes, a veces, dejaban a los secuestrados colgados de ganchos. “Como se cuelga la carne, de espalda.” Las risas. ¿Ellos torturaban de noche o de día? “La mayoría de las veces de noche. Ellos se divertían casi toda la noche.” Las mujeres embarazadas. Dice Jerez: “Lo que yo sí sé, que a las mujeres de encargue que han agarrao en Santa Lucía y Caspinchango, las han torturado y las han muerto. Les ponían el fusil en la vagina. Tuvieron a una flaquita, morochita, gente de campo. Esa mujer estaba de encargue de aproximadamente cuatro meses, se le notaba poco; a ella le han hecho iniquidades. Eso fue en Caspinchango. Me acuerdo que andaba de pantalón, tenía roto el pantalón y por ahí con el caño del fusil. De ahí diría yo, entre mí, ¡uh!... algún día pueden esperar un castigo de Dios, lo queestán haciendo éstos. Las mujeres que estaban de pocos meses morían en la tortura, pero las que estaban bien embarazadas eran trasladadas”. Los dueños del mundo. El chofer asegura que “ellos eran dueños del mundo”. Él tomaba mate afuera. Adentro había gritos terribles. Olor a carne descompuesta. Olor a vinagre. Calcula que en Caspinchango fueron asesinadas más de doscientas personas, la mayoría gente del lugar, que jamás había estado en la guerrilla, dice, ni visto un arma. Las órdenes se cumplían o lo mataban, justifica ahora. Supo de un soldado que asesinaron los mismos oficiales. Eran los dueños del mundo. Los habitantes. El campo tuvo algunos habitantes reconocidos por el chofer, pero él no conocía sus nombres. De todos modos los mataban a todos. Panchito era uno. El hacía planos de los cerros para los oficiales como si fuera ingeniero “o algo así”. En secreto, le pidió al chofer que avisara a su familia en la ciudad que estaba secuestrado. Le dio la dirección, pero el chofer se la olvidó. De todos modos no podría salir, dice. “Panchito era una persona inteligente, les hacía trampa.” Ellos decían que era guerrillero. Le ponían una granada en la boca para que declare. Era muy inteligente. Después lo matan.” El Gringo. Sobrevivió diez días. Ninguno había aguantado tanto las torturas. Un rubio grandote, muchachón. Lloraba, decía que no tenía nada que ver. Lo hacían gritar “¡Viva Perón!” y entonces le pegaban. “Él tenía así los dedos, tenía atao con soga, tenía extremosos los dedos y la cabeza. A culatazos.” Otra se llamaba la Ñata. El chofer le dio una vez agua a escondidas. “La han matao.” El juego. A un hombre del lugar lo dejaban escapar después de las torturas. Regresaba a su rancho, donde estaban su mujer y sus niños. Entonces ellos volvían a asaltar la casa de noche, volvían a secuestrarlo, a torturarlo y a hacer que se escapara otra vez. Era como un juego. Así hasta que lo mataron. Lo mató el teniente Valdivieso, que “le pegó un tiro en la sien”. Una noche eran “tres y ellos dicen, vean le vamos a dar una oportunidad para que disparen, si disparan quedan en libertad. ¡Claro!, los hombres atao por atrás, esposados, vendados los ojos; ellos han saltao del camión, pero de arriba del camión los han acribillao a balas”. Esa noche tuvo a los tres muertos en el camión. Uno era un hombre canoso, de edad. Del camión goteaba la sangre. “Al otro día me hacen sacar gasoil del camión; un bidón entreverao con nafta.” En el monte cavaban y con el combustible extra del camión prendían fuego a los cadáveres. Después tapaban. A veces no querían hacer el pozo, demasiado trabajo, y tiraban los cadáveres en la calle de atrás del cementerio en la ciudad de Aguilares. Los enfrentamientos. “Cuando ellos no lo querían a alguno mismo del ejército o pensaban que podría estar en la guerrilla, ellos mismos hacían la emboscada. Ésos eran los tiroteos que ellos decían.” Los nombres. El chofer recibía órdenes de torturadores. Desea recordarlos. Teniente primero Valdivieso (“se ponía bigotes postizos para salir de civil”), subteniente Oneto, el capitán Zapata, Colotti, el jefe de regimiento teniente coronel Alais. “Venía mucha gente de San Juan, del norte, del Servicio de Inteligencia. Me acuerdo del sargento Franconnielli, también era torturador, el sargento Zurita.” El gobernador. Esa noche hubo mucho movimiento, decían que había dos detenidos importantes, con las muñecas atadas con sogas de nailon. “Bussi siempre andaba. Una vez lo han hecho llamar del Timbó Viejo, lo han hecho llamar exclusivamente para esa noche. Porque han agarrao a dos personas y este hombre ha ido. Estábamos parando en una escuela que había ahí (la número 256). Nosotros estábamos acampando a la vuelta de la escuela en una carpa. Yo he visto a dos, pero había más. Pero por esos dos exclusivamente ha ido Bussi.” –¿Estaban vestidos los prisioneros? –Siempre los tenían así en slip, bien atados con sogas, boca abajo. –¿Bussi iba con una comitiva? –En auto, se me hace que alguien lo habla porque ha llegado de noche, como a las nueve de la noche. –¿El vio a los prisioneros? –A él lo hacen pasar para adentro, entonces yo miro por una rendija que había, no por la puerta, había que cuidarse de todo, y ahí empezó a garrotiarlos como dos horas, preguntándoles cosas, haciéndolos sufrir. Raro era al que no lo hacían sufrir. Bussi ha agarrao con una manguera a garrotiar hasta que los ha muerto. Esa noche los ha muerto a esos dos personalmente. Al otro día nos han empezao a regalar cajas de cigarrillos, me acuerdo a mí me han regalado tres cajas. Yo no fumaba pero lo mismo he agarrao a fumar porque eran cigarrillos finos. –¿La manguera estaba rellena con algo? –La manguera era gruesa, preparada para eso, pero los ha tenido a garrotazos por la espalda, la cabeza. Tendrían treinta años para arriba. No sé si será que ellos vendían cigarros... –¿Eran personas de qué tez? –Medios blanquitos eran. –¿Cómo sabe que los matan? –Los matan porque ya han quedao tirados al último y decíamos ‘éstos ya están’. ‘Vayan nomás’, dicen, ‘y tirenlós’. –¿Y los dos cadáveres? –Bueno, ahí se encargan ellos, los oficiales, los suboficiales. Estaban el capitán Zapata, el sargento Zurita, sargento Palomino y no me acuerdo de los otros que había. –¿Eso fue en qué año? }–Finales del 76. Los niños. “Niños se veían en Santa Lucía, en el Arsenal (la Compañía de Arsenales Miguel de Azcuénaga)... A ellos no les importaba la edad.” ¿Los torturaban igual? “No les importaba que tengan ochenta, noventa años, si es guerrillero. Todos eran guerrilleros. Había gente que no se le secuestraba ni un revólver para matar gato. Por eso decía yo, me parecía raro que un guerrillero, me imagino, no va a estar desarmado, opino yo.” Los cerros. “Bueno, a los detenidos se los sacaba de las casas y se los llevaba a las bases, se los metía en piezas que tenían siempre para torturar.” –¿Usted veía cuando los sacaban de las casas? –A veces veía, pero a veces ellos me hacían esperar en tal parte y se bajaban a pie, caminaban un poco y los traían. –¿De dónde es usted? –Yo trabajaba en agricultura. Soy criado en el campo, zona de Alpachiri. Ellos me utilizaban mucho a mí porque a los cerros esos los conozco mucho. El helicóptero. Subieron, una vez, unos diez cadáveres a un helicóptero. Jerez cree que los tiraban al dique El Cadillal, porque les ponían pesas. “Barras de fierro. Ahí había un taller grande, había muchos fierros en Caspinchango. Había un viejito que sabía soldar, parecía hombre del Santa Lucía (ex ingenio), empleado viejo y vivió ahí con nosotros.” El mate. Siempre tomaba mate con el sargento, “que era muy bueno, no se metía en nada, me acuerdo, sargento Bionti. Siempre hablábamos de mujeres y más o menos qué haría uno cuando se case. Los otros torturaban nomás”. Los guerrilleros. “Le digo sinceramente yo no he conocido guerrillero, guerrillero. A los guerrilleros los veo en la tele, que son guerrilleros, tienen armas. Si hubieran existido guerrilleros aquí no sé si éstos (militares) la sacaban bien. No son para guerra ellos. Ellos son para sacar gente de adentro, fácil, cosa que yo también puedo hacer con los sin armas, queriendo ¿no? Puedo sacar a cualquiera de noche. Le pego un tacazoa la puerta y le pego con familia y todo. Ellos hacían eso, todo fácil. Justamente al poco tiempo, Malvinas, viene la guerra y nos han hecho pasar vergüenza.” La noche. “A veces de noche me despierto y me pongo hasta que le pido a Dios que me haga dormir.” |
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